La Pinacoteca Subarroca, con sede en
Barcelona, aglutina más de 3.000 obras de pintura, escultura y dibujo
El concepto de libertad en la
creación plástica de Francesc Subarroca
Las
ideas se materializan, pero, primero, son conceptos, es decir que no poseen
corporeidad. Se van convirtiendo en hechos tras su puesta en práctica, o su
constatación dinámica.
Francesc Subarroca pertenece a esa clase de pintores que va más allá de la
anécdota, que se constituye como adalid de la libertad, sin caer en lo
panfletario, tampoco en lo ampuloso, asimismo sin pretender ser
grandilocuente.
Es muy difícil ser coherente, en primer lugar porque todos poseemos
conceptos establecidos, ideas preexistentes, arrastramos un karma, somos
producto de las circunstancias. Somos el resultado de una realidad, el
compromiso nos invade, la fuerza de la determinación nos acompaña,
envolviéndonos en un marasmo de insinuaciones. Está claro que formamos parte
de la energía, estamos constituidos por materia, cuerpo etérico y cuerpo de
luz, astralidad y subconciencia.
El cerebro y las glándulas regulan la energía, los chacras se abren al
vacío,que es la fuerza de nuestro yo interno. Somos producto de lo
intrínseco, que se deriva de lo sublimado, de la capacidad de ver más allá.
El concepto de la libertad en la creación plástica de Francesc Subarroca
está implícito, es producto resultante de su visión profunda de la
existencia.
Mira la vida con ojos directos, de escrutador que mira sin mirar, porque su
visión navega más allá de las anécdotas. Es un creador dotado de una energía
tal que no necesita demostrar que la posee. Porque, precisamente, el
resultado de su posición viene dado por su forma de entender el concepto de
libertad. Una idea que se repite a lo largo de toda su producción pictórica,
como en 'Gàbia i ocell', 'Donna i ocell' y tantas otras. Capta la realidad
de los barrios marginales de la Barcelona de los cincuenta, los diferentes
oficios, la clase trabajadora, pescadores, agricultores, obreros,
profesionales, pero, también plasma mujeres, parejas felices, situaciones
paisajísticas con animales de protagonista. Exhibe escenas del mundo urbano,
otras del mundo rural, es un buen entendedor de la complejidad de la
filosofía.
Primero imprime carácter a su obra, luego, potencia
determinación y fortaleza alegórica, contiene a la realidad en elipsis,
parábolas visuales, donde todo se flexibiliza, los árboles se gestualizan,
las nubes se densifican, los personajes fluyen, flotan, caminan pero están
ahí.
Mundo onírico, que aparece y desaparece, conciente y subconsciente, yo y
Súper Yo, yo, tú, él y el ello. La libertad le permite captar diferentes
puntos de vista de una existencia basada en la complejidad, porque en lo
diverso reside el paradigma.
Sin teoría de contrarios no existiría la realidad, no sería posible la
libertad.
Su concepto es claro, no se trata simplemente de una
manera de ver la vida, sino de una forma de entender la existencia, de
comprender que el más allá se encuentra en el más acá.
La falta de libertad para Francesc es impulsar las limitaciones de los otros
impuestas por nosotros, prohibiéndoles su normal desenvolvimiento, sin
olvidarnos que nosotros también somos producto de las circunstancias. Todo
está incluido en el laberinto, hay pasadizos, pasajes, entradas secretas,
triangulaciones, caminos que nos conducen hacia la explicación de la
conjetura de conjeturas. No hay un discurso lineal en la vida, sino una
actitud preferente que se inserta en la propia sublimación, contenida en la
constatación de la fuerza del frenesí.
No hay libertad porque empieza y acaba donde empieza y acaba la libertad del
otro. No hay libertad porque las parcelas de libertad existentes son
producto de la imaginación. De ahí que lo explicite claramente, de manera
sencilla, esa falta de libertad, en entornos
agradables, con personajes femeninos de protagonista, con animales
enjaulados como símbolo.
Joan Lluís Montané
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte
(AICA)
Su
pinacoteca aglutina más de 3.000 pinturas, esculturas y dibujos de sus 60
años de creación
Francesc Subarroca, la fortaleza de
la geometría en la composición expresiva
Explorador de
temáticas diversas, testigo fiel de su época, profundiza en la forma
geométrica, en los paisajes austeros y desarraigados del Somorrostro, capta
la mirada profunda de las gitanos, se concentra en los agricultores, en la
gestualidad de los árboles, en la sensualidad de los caracoles o la
expresividad de la mirada de las cabras que pastan tranquilamente en un
paraje mediterráneo.
Aúna geometría y
expresividad, dentro de un mismo contexto compositivo, en el que destaca
especialmente la fortaleza de la estructura, pero siempre incardinada en el
planteamiento general temático.
La forma
geométrica en su etapa expresionista se entiende como parte de un todo,
para, luego, ser, destacarse, profundizando en su propia proyección.
Hay un orden,
porque hay que saber estructurar la composición, para hilvanar el desarrollo
del emplazamiento de los elementos.
No se puede dejar
nada al azar, porque se descontrola la intencionalidad final de la
composición. De ahí que la forma cumpla dos funciones a lo largo de toda la
producción de Francesc Subarroca: Una, ser parte de un todo compositivo,
como armazón y dos, como concepto en sí mismo. Cuando cumple las dos
funciones a la vez, en la etapa cubista, se reencuentra en sí misma,
desarrollándose con naturalidad, mostrando el largo alcance de su propia
definición como idea. Se trata de ser armónica consigo misma, en el sentido
de impulsarse y de auto conocerse, hasta el punto de constituirse por sí
misma, en sí misma y para sí misma. La forma como entelequia, como motivo de
especulación, que se convierte en protagonista central de una creación
basada en la idea. Una idea centrada en el sentido último y el desarrollo
esencial de la propia prodigalidad de la estructura.
La forma existe
porque es la referencia externa de lo existente. Se trata de que, a partir
de la forma se define el contenido, se da sentido a las estructuras, que
conforman el esqueleto de todo lo existente. De ahí que sea una constante y
que lo que caracteriza, sea cual sea la etapa pictórica del creador catalán,
siendo además el sello que define su obra, es la fortaleza de la geometría.
Con una pinacoteca
puesta en marcha hace poco, Pinacoteca Subarroca, situada en calle La Forja
de la Ciudad Condal, con más de 3.000 obras de diversas disciplinas
(pintura, dibujo, escultura, serigrafía), su aportación al arte
contemporáneo pasa por la consistencia geométrica en la etapa expresionista,
por el gesto alegórico pero no representado contenido en espiral en la etapa
cubista y en la determinación del concepto abstracto en relación a la
geometría.
Hilvana un
discurso serio, cerebral, y a la vez de gran intensidad, armonizando la
dinámica de la evidencia formal con la expresividad.
La forma no es
contemplada en su discurso plástico como apariencia estética, sino como
parte fundamental de un discurso serio, coherente, sensible, dotado de
evidencias y de estructuras que son la base de su propia evidencia.
Joan Lluís
Montané
De la
Asociación Internacional de Críticos de Arte
Su
Pinacoteca constituye un auténtico recorrido por la vanguardia histórica
Francesc Subarroca, un espíritu
inquieto, en la búsqueda del yo interior
Francesc Subarroca
es un espíritu inquieto, porque su extensa obra pictórica, escultórica,
murales, dibujos, vidrios, etc. son una continua expresión de investigadora
observación de la realidad. Pero es una realidad distinta, porque se la hace
suya, tamizándola por la visión neuronal de su mente despierta, que acierta
con claridad, penetrando en los tejidos de la propia idiosincrasia de la
voluntad de la existencia. Una voluntad que se percibe en sus paisajes con
cabras, o a través de los niños jugando con globos, mediante los
trabajadores fieles exponentes de las profesiones que representan.
Exhibe hombres,
seres humanos, pescadores que se elevan a la condición de dioses cuando
están con el pescado hambriento de mar, sediento de vida, al filo de lo
imposible, cuando, después de exhalar el último galón de oxígeno, su
existencia branquial se apaga. Pero el creador catalán capta el pescado en
el momento de la lucha, presentándolo con los ojos grandes abiertos,
buscando respirar en un medio que no es el suyo, transportado por el
pescador que va a la suya, a vender lo que ha capturado.
La pintura de
Subarroca tiene estas cosas, es consecuente con todo lo existente, incluidos
los animales, peces, cabras, bestias de labranza, dándoles una importancia
ciertamente fundamental. Se trata de abrirles la puerta a la otra
dimensión, porque por el mero hecho de existir, poseen ese halo de alma, ese
espíritu que los hace distintos unos de otros.
La animalidad no
deja de ser una visión subjetiva del ser humano, de los hombres y mujeres
que habitamos este planeta y vemos todo desde el punto de vista determinista
o no de nuestro cerebro. De ahí que la existencia sea para el pintor de
Barcelona, algo más que pura biología. Plasma los árboles, introduciendo
gestos en follaje, hojas y tronco. De un expresionismo inicial, etapa
marcada por su visión clara de una realidad que exhibe diversas caras de
Barcelona, pasa a la alegoría, a la incitación surreal, para adentrarse, más
adelante, en la capacidad del cubismo de desestructurar la realidad.
De su visión
ácida, amarga, pero real, calmada y tranquila de la existencia, a una visión
más emblemática, sugerente, con escenas de personajes de una clase social
alta o acomodada. Sus seres humanos son lo que son, al margen de la propia
pertenencia de clase. Porque Francesc Subarroca es un espíritu inquieto, en
permanente búsqueda del yo interior. Trata y consigue, halla, la propia
evidencia de la esencia.
Expone una visión
general melancólica, sugestiva, sutil, casi imperceptible, pero que está
ahí. Pretende, y de hecho consigue, fundamentalmente a través de su pintura,
que la evidencia de la vida se plasme con serena afectación, como si todo
tuviera que suceder o ya hubiera sucedido. De ahí que sus cabras posean una
sensación de trascendencia que traspasa el concepto artístico con que están
confeccionadas. Es decir que poseen mayor trascendencia que quienes
pretender establecer un lenguaje de signos e iconos, de conceptos y palabras
rebuscadas, permitiéndose jugar con la trascendencia.
Luego miramos y
vemos como no es así. Es decir que todo es por si mismo, pero, además,
también existe la suerte, la idiosincrasia de la dualidad, en un planeta
binario, en una dinámica de equilibrios que nos domina.
Somos lo que
vemos, somos lo que existimos, porque el espíritu interior es quien nos
conduce y nos impide hacer monstruosas barbaridades.
Y la visión
clínica de Francesc de la trascendencia contenida en lo cotidiano, en la
expresividad de las gentes y paisajes, animales y árboles, es lo que cambia
al mundo. Una visión que desarrolla paisajes y gentes, formas y estructuras
abstractas, conformando su discurso plástico, a lo grande, pero con
austeridad.
Joan Lluís
Montané
De la
Asociación Internacional de Críticos de Arte
Francesc Subarroca, una mirada
expresiva del Somorrostro
El creador
multidisciplinar catalán, nacido en Barcelona, cuya pinacoteca con sede en
calle La Forja de la Ciudad Condal, aglutina una gran parte de su
desconocida obra porque, a lo largo de su existencia se ha mantenido al
margen del circuito comercial del arte, posee en una parte de su dilatada
creación una mirada expresiva del Somorrostro.
Una zona de la
Barcelona mítica que refleja en su obra pictórica, realizada en óleo sobre
tela, escenarios al aire libre, barracas, trozos de madera con estructura de
casa, fragmentos de materiales adaptados a espacios y arquitecturas que son
la civilización en el campo, la voluntad de los seres que persiguen vivir
con la armadura del cobijo, gitanos, mujeres de mirada ausente, profunda,
concentrada en su interior, que refleja su origen oriental, su expresión de
otras culturas, que poseen un fondo específico.
Los gitanos de la
zona le denominaban ‘el pintor’, aunque nunca pintaba directamente a ‘plein
air’.
Sus ojos
observaban más allá de la forma externa, porque contemplaban el interior de
los seres que poblaban las zonas singulares del Somorrostro, derivando sus
intereses hacia los laberintos del alma. Luego, más tarde, en su estudio
pintaba de memoria, basándose en unas actitudes, en determinadas
referencias, captando la idiosincrasia del momento, pasada por el tamiz del
recuerdo, de ser fiel a la realidad, para adaptarla a sus emociones. De ahí
que se alejara de la misma.
El hecho de no
fotografiar ni tomar apuntes, convierte a sus ojos en objetivo fotográfico,
encaminados hacia los prolegómenos de lo sugerido, para adentrarse en la
esencia de la realidad, sin describirla. Pero, sin retroceder ni un ápice en
los parámetros de la presencia de los objetivos trazados de antemano.
Eran los años
cincuenta, en plena posguerra, década marcada por el chabolismo, las
barracas y su mirada profunda de los suburbios de una Barcelona plagada de
personajes reales dignos de una película de cine negro y también del cine
neo-realista italiano y español.
Su obra de este
período está influida por el expresionismo, marcado por el color verde,
tonos marrones y amarillos, inoculando a sus personajes, gitanos de las
zonas deprimidas y abandonadas de una Ciudad Condal que recién salía de la
desesperación de la guerra, del sufrimiento y del deshonor, se convierten en
hitos humanos de una nueva ciudad que alumbra tímidamente su cara hacia el
futuro.
Francesc
Subarroca, domina el dibujo, la perspectiva, los retratos, la composición y
la escena, concentrándose en el dominio del espíritu anímico, empleando el
pincel con rapidez, buscando el carácter del gesto, hallando el ritmo, la
determinación de la energía, la concentración evidente en la composición,
para proyectarse más allá de los límites de lo contemplado. No describe,
sino que profundiza en el sentimiento de la zona, casi como si fuera el
reflejo de una sociedad distinta, correspondiente a una cultura que, aunque
se muestra con determinación, es el reflejo de un cambio que se comienza a
vislumbrar.
El Somorrostro,
los ojos de una Barcelona alejados de una realidad modernista, que se
adentra en la mixtura de razas, en la aportación oriental, en el fenómeno de
la diversidad de culturas, buscando desenredar su laberinto.
No renuncia a
nada, porque no busca expresar la estética por el mero hecho de ser exótico,
sino que emplea el ojo observador, el suyo, para adentrarse y comprender la
verdadera esencia de la vida, que es arte en sí mismo. De ahí que sus
personajes del Somorrostro posean una naturalidad expresiva, contundente,
pero, a la vez, una visión casi ausente de su propia materialidad. Es decir
que se fija en su aspecto externo, pero para adentrarse en lo anímico.
Dibuja una
situación compositiva real, a partir de personajes, que son estados de la
conciencia, que se configuran como símbolos, para ser entendidos como
iconos de una realidad que es múltiple, pero que está definida y localizada
en Barcelona, aunque, fuera de ella.
Ser testimonio de
la Barcelona desconocida le conduce a comprender la voluntad de ser artista
por sí mismo. No solo porque se mantiene al margen de los circuitos
comerciales del arte, sino, también, porque, lo más importante, es que pinta
por coherencia.
Joan Lluís Montané
De la
Asociación Internacional de Críticos de Arte
Los personajes de Francesc
Subarroca, la realidad diversa y la fantasía desplegada
En la Pinacoteca
de Francesc Subarroca, a través de sus diferentes etapas: expresionista,
surrealista-alegórica, cubista, neo-expresionista y geométrica, destacan sus
personajes, símbolo de la época que le ha tocado vivir. Desde los gitanos y
gitanas del Somorrostro, pasando por escenas de la Corrida, el torero, seres
como el arlequín, la mujer-niña, la pareja de enamorados, una gran variedad
de rostros femeninos, rostros masculinos serios, curtidos por el paso del
tiempo, otros surgidos del pensamiento, también de la soledad, se combinan
con seres más normales, cotidianos. Asimismo señalar los representantes de
oficios: Campesinos, agricultores, pescadores, obreros, muchos de ellos
elaborados con grandes rasgos físicos, destacando más que por su gran
corpulencia por su magnificencia, es decir por su mitificación. En efecto,
los mitifica, no al modo de los carteles del frente Republicano en la pasada
Guerra Civil Española, pero sí dentro de un grafismo de gran elegancia, que
potencia sus rasgos dentro de un contexto sutil, flexible, olvidándose de
las penurias, buscando ascender en la categoría de mundos representados,
pretendiendo consolidar un posicionamiento formal bello. Entendiendo como
bello su culto continuo a una belleza subliminal, que se inocula a través de
los poros de los personajes que forman parte de la propia consistencia de la
evidencia. ¿Y cual es la evidencia? El descubrimiento de que la vida es tan
sencilla como compleja.
Gestos, líneas
sugerentes, sin ángulos, sin rectas agresivas, personajes que parecen
flotar, por su humanidad, buscando conexiones con la idealización del ser
humano, porque, en el fondo, parecen estar más allá del bien y del mal,
aunque dentro del panorama del planeta tierra, sirviendo a intereses
específicos de quienes formamos parte de la propia singularidad que nos
conforma.
Viajamos a través
de la línea de conceptos, por eso los personajes de Francesc Subarroca son
testigos de su época: pescadores fuertes, de manos y facciones ampulosas,
obreros altos, campesinos sacrificados, niños de clase bien de facciones
avanzadas, casi entradas en años, pero no por edad, sino por fortaleza
dentro de su finura de rasgos. Todo ello dentro de paisajes que oscilan,
permutan, transforman y bailan al son del compás del viento del cambio.
Exhibición de
palmeras, presencia de árboles del Mediterráneo, Catalunya, de una
Barcelona que se define como distinta, ciudad que no es modernista, sino que
es producto de su afán por encontrar aquello que es vital, situado más allá
de la anécdota histórica de siempre.
Su idea cubista de
la existencia bebe de las fuentes de la energía, de la transformación de la
materia, de los sentimientos, que son, en definitiva, quienes hacen posible
que la temática cambie, adopte una determinada personalidad y hablando de
ésta, presente una gran variedad y profusión de personajes.
Sus personajes son
como los cuadros que aun están por colgar, siempre esperando una selección
que nunca llega, pero, cuando esto ocurre, la sangre circula por sus venas
con la presión adecuada, activándose con precisión, porque el teatro de la
vida está servido.
Joan Lluís
Montané
De la
Asociación Internacional de Críticos de Arte
Aglutina más de
3000 obras de dibujo, pintura, escultura y obra gráfica
Pinacoteca
Francesc Subarroca: la mirada profunda de un vanguardista histórico
Francesc
Subarroca ha inaugurado la pinacoteca del mismo nombre en Barcelona,
concretamente en calle Laforja, 81, primera planta. Dicha pinacoteca
aglutina alrededor de 3.000 obras de diferentes disciplinas (dibujo,
pintura, escultura, obra gráfica). Cuando nos adentramos en su interior y
realizamos un detenido repaso a la creación expuesta contemplamos el
espectacular resultado de un artista lleno de misterio, con una obra que
resume los 60 años de su creación, desconocida para el mundo del arte porque
siempre se ha mantenido al margen de su circuito.
Creador
de su tiempo, influido por los conceptos de la vanguardia histórica,
expresionismo, cubismo y simbolismo, configura un lenguaje propio, lleno de
magia, de saber hacer, donde la expresividad y la forma, la composición
estructurada por zonas y la alegoría simbolista recrean un mundo específico
en el que la austeridad y el color se armonizan, para fomentar la dinámica
de la geometría. Dicho dinamismo geométrico le conduce a un cubismo de gran
personalidad, en el que desarrolla sus obras más impactantes.
Nace en
Barcelona, conecta con Antón Roca, conocido dibujante que le influirá en su
devenir plástico posterior, dado que no abandona el dibujo como eje central
de su discurso plástico. Cursa estudios en la Escuela de Bellas Artes Ateneo
de la calle Moncada y Escola Llotja, ambas de la Ciudad Condal, obteniendo
en este último centro
diversos
premios concedidos por su director, Federic Marés. A los veinte años le
llamaron del Ayuntamiento de Barcelona, realizando un gran número de
trabajos artísticos para el consistorio barcelonés, mediante la intervención
del arquitecto Soteras, en tiempos del alcalde Porcioles. Años después es
nombrado director de una multinacional en Medellín (Colombia) fijando
durante tiempo su residencia en el país americano.
En su
estancia en América, trabaja incansablemente en la disciplina de la pintura,
tanto para entes públicos como para conocidas y significativas colecciones
privadas, destacando por su aportación singular a la creación.
Experimentador constante, movido por su curiosidad innata y su predilección
por el estudio de sociedades diferentes de la occidental, convive y pinta a
los nativos de Cucuta en 1958, en Colombia. Años después regresa a España,
donde realiza una notable labor como muralista y estampados para Montserrat
Dalí y otros para Francia y diversos países de América.
El Somorrostro
Una de las
temáticas que más destaca en su extensa y prolífica obra es la dedicada al
Somorrostro.
Zona de chabolas y gitanos de Barcelona, donde se pasaba muchas horas
observando la realidad que la caracterizaba. Miraba, sin tomar apuntes, sus
ojos eran su cámara, su memoria el archivador del alma de lo observado.
Luego, más tarde, en su estudio pintaba, basándose en determinadas
referencias, captando la idiosincrasia del momento, pasada por el tamiz del
recuerdo, de ser fiel a la realidad, para adaptarla a sus emociones. Eran
los años cincuenta, en plena posguerra, década marcada por el chabolismo,
las barracas y su mirada profunda de los suburbios de una Barcelona plagada
de personajes dignos de una película del cine neo-realista italiano y
español.
Su obra de este
período está influida por el expresionismo, marcada por el color verde,
tonos marrones y amarillos, mostrando a sus personajes, gitanos de las zonas
deprimidas y abandonadas de una Ciudad Condal que recién salía de la
desesperación de la guerra, del sufrimiento y del deshonor, siendo hitos
humanos de una nueva urbe que alumbra tímidamente su cara hacia el futuro.
Francesc
Subarroca, domina el dibujo, la perspectiva, los retratos, la composición y
la escena, concentrándose en el dominio del espíritu anímico, empleando el
pincel con rapidez, buscando el carácter del gesto, hallando el ritmo, la
determinación de la energía, la concentración evidente en la composición,
para proyectarse más allá de los límites de lo contemplado.
El Somorrostro,
los ojos de una Barcelona alejados de una realidad modernista, que se
adentra en la mixtura de razas, en la aportación oriental, en el fenómeno de
la diversidad de culturas, buscando desenredar su laberinto. En verano de
2003, el Museo de Historia de Catalunya expuso cincuenta de sus obras en una
muestra homenaje al desaparecido barrio del Somorrostro, que en la década de
los cincuenta tanto frecuentó el pintor catalán.
Multidisciplinar y experimentador
Su curiosidad
innata le lleva a trabajar en multitud de soportes, técnicas y disciplinas
artísticas. Crea en pintura, dibujo, escultura, vidrio, serigrafía,
escenografía, vestuario teatral, poemas visuales y linolium. En pintura
emplea fundamentalmente el óleo, por su capacidad sensual y evocadora. Por
otra parte, su espíritu renacentista le impulsa a la docencia, tanto en
instituciones como en escuelas de arte, dando a conocer la asignatura de
dibujo morfológico, aunque siempre combinando su tiempo con la creación.
Pasa por diversas
etapas, siendo las más significativas, la expresionista, simbolista y la
cubista.
Artista
experimentador e investigador, logra su propio lenguaje, con una obra
marcada por la calidad y el rigor. Es un creador que evoluciona con el
tiempo, que se convierte en notario de su época, destacando por su
predisposición a romper moldes, buscando el arte como fin ultimo, siendo un
revolucionario convencido, pero, a la vez, un místico del arte, en el
sentido de exigirse mucho, ser auténtico en sus convicciones, trabajar para
sí, desarrollar su interior, enfrentándose plásticamente a la sociedad,
porque su obra es parte de sí mismo, parte de su tiempo, creada para sí y
para los demás.
Bucea en el
interior de la propia dinámica plástica, siendo un buen observador externo,
del exterior, especializándose en la diversidad de planteamientos surgidos
de la evidencia de la consecuencia, de la profunda raigambre sutil contenida
en lo expresivo.
La utilización de
colores sensuales, con otros más expresivos, denota una tendencia al
contraste a asentar un diálogo claro entre zonas marcadas por colores suaves
con otras de colores más contundentes.
La realidad y su transformación
Parte de
evidencias locales, de su entorno más inmediato. Pero su interior es más
rico, viaja sin viajar, ve sin ver, siente con toda su alma, de ahí que
vuele hacia alturas impensables para quien, en un principio, a partir de lo
local, construye un mundo universal, que se halla en la propia constatación
de lo existente.
Francesc Subarroca
adopta una doble actitud: es capaz de ver la realidad, superarla y
transformarla y por otro, inventa a partir de la misma, internacionalizando,
universalizando sus partes y componentes. Lo real es diverso, lo local es
universal y lo universal es local. De ahí que sus campesinos, sus cabras
pastando, el labrador, la casa de campo, los pescadores, seres emblemáticos,
de grandes proporciones físicas, llenos de humanidad, sean la humanidad
misma. Pescadores, pescadores de peces, adalides de la nueva visión del
mundo, con poder de decisión entre la vida y la muerte. Su poder traspasa
fronteras, de la misma forma que el Pierrot y el torero se convierten en
personajes de un mundo de sugerencias. No hay tiempo en su obra, sino una
sensación de continuidad, solamente despejada formalmente por la estética y
el color.
La expresividad cubista
Su obra cubista es
un repaso de toda su vida, que oscila desde su voluntad de comprender y
hallar, de vivir y conectar hasta su decisión de dejarse ir y ser él mismo.
En consecuencia destaca una gran diversidad de planteamientos, en los que
podemos señalar la presencia de instantes de ingenuidad, otros más
agresivos, también hay ensoñadores recuerdos, porque mitifica el pasado,
enaltece los tiempos que han sucedido, catapultando vivencias a la categoría
de dioramas. Además, hay anécdotas, instantes que no se olvidan, pero que
trascienden mucho más fuera de su contexto.
El cubismo de
Francesc Subarroca plantea la realidad fragmentada, en la que cada fragmento
es independiente, pero, a la vez, se armoniza con el resto de la
composición. Objetos, elementos, personajes, también constatamos la
presencia de formas geométricas puras.
Su legado cubista
es fundamental, habiendo conseguido obras realmente de la categoría de los
vanguardistas históricos, recordando a Juan Gris, Klee y Miró, pero, sobre
todo a Francesc Subarroca, un artista que va más allá de la forma, porque ve
en su interior, vislumbrando la catarsis cromática en la misma.
En la actualidad
su obra forma parte de importantes entes públicos y de colecciones privadas
de Europa y América. Es miembro de mérito de la Academia Europea de las
Artes y las Letras. Su vida es tan intensa y apasionada como su pintura,
pero como todo gran artista posee el misterio en sí mismo que nos permite
descubrirlo poco a poco. (Pinacoteca Francesc Subarroca. Calle Laforja,
81, primera planta. Telfs.: 93 201 59 71- 639 41 56 36)
Joan Lluís
Montané
De la Asociación Internacional de
Críticos de Arte
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