Francisca Blázquez
Del 14 de febrero al 17 de abril de 2007 en Espacio Ana
López
La intensidad cromática de Francisca Blázquez y la fuerza de la
determinación
La obra pictórica de Francisca Blázquez se basa en la
dinámica de la elegancia cromática, empleando colores intensos, potentes, a
veces explosivos, también sensuales, en otras ocasiones sutiles y
celestiales.
Su paleta de colores es muy variada, oscilando desde
los rojos intensos, pasando por los azules, negros y verdes, hasta los
amarillos directos, los blancos pureza y la amalgama de tonos y combinados
sutiles, llenos de glamour y fantasía.
Si se interesa por la dinámica elegante, profundiza en
los colores contrastados, contundentes o no, pero evidentes. Si se decanta
por obras más espirituales, emplea tonos y graduaciones de colores azules,
blancos, amarillos, rosas, violetas y negros.
El negro es el espacio, el blanco pureza, el rojo,
intensidad vida. El azul refleja su voluntad de transcender, de
celestialidad, pero, asimismo, supone, transformación y cambio. El verde es
misterioso, también sensual, determina fortaleza y a la vez sutileza. El
amarillo simboliza espiritualidad y trascendencia, mientras que los violetas
son románticos, ensoñadores y místicos.
Sus formas son atrevidas, muchas de ellas inventadas,
otras producto del cálculo, las más inspiradas en sueños y en su bulliciosa
mente, que se nutre del mas allá a partir del hoy, pensando en el mañana,
olvidándose del pasado, pero también se sitúa, muchas veces, al margen del
espacio-tiempo.
Su pintura dimensional la obliga a cambiar
constantemente de formas y colores, porque, en unas ocasiones, refleja
distintas realidades materiales, mientras que en otras se decanta por
reflejar espiritualidad, la presencia de haces de luz, de partículas que
suponen desarrollos de teorías de física cuántica.
Cree en el mas allá, en la vibración universal, pero
no es partidaria de credos y dogmatismos, sino de avanzar con la
iluminación, en espacios inventados o no, en zonas en las que predominan la
combinatoria de partículas y de creencias.
Todo es vibración, la energía transforma la materia,
pero la realidad del ser va más allá de la energía, no se puede representar
formalmente, tampoco se le pueden atribuir colores, dado que se encuentra en
dimensiones no físicas, sin cuantificación matérica. Incluido el éter, que
es un influjo energético, todo lo que no es materia cuantificable se
desvanece ante nuestra mente, pero el ser es el ser, se encuentra en el
firmamento celestial y Francisca lo sabe de ahí que lo represente como
esencia inconcreta, pero evidente, en el sentido de que se hace cuanto más
evidente, más mágica y secreta.
Joan Lluís Montané
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte